miércoles, 15 de enero de 2020

El amor más verdadero




La Bella Durmiente
Érase una vez un reino muy lejano donde nació una bella princesa llamada Aurora. Su familia, el rey y la reina, estaban deseando tener una hija y para celebrar su nacimiento se organizó una fiesta a la que asistieron todos los miembros de la Corte, amigos/as de los reyes, habitantes del reino y tres hadas. Dichas hadas le proporcionaron diferentes regalos a la princesa como agradecimiento de haber sido invitadas a la gran fiesta.

  • -  Te mereces el don de la belleza- dijo una de las hadas mientras le regalaba el don haciendo magia con su varita.

  • -     Pues yo te regalaré el don de la amistad, para que seas la más querida del reino- dijo otra de las hadas.

  • - Siendo querida y bella deberás ser feliz, por eso te proporcionaré el don de la alegría- dijo la última hada invitada a la fiesta.
Sin embargo, se presentó al bautizo una malvada bruja llamada Maléfica, la cual, enfadada por no haber sido invitada, usó sus poderes y echó una maldición a la princesa.

  • -     No he sido invitada a la fiesta, por eso, debo castigar a los reyes y yo no te regalaré ningún don. Te echaré una maldición para que a los quince años mueras al pincharte con una aguja- conjuró la malvada bruja.
Una de las hadas, escandalizada al oír esto, decidió intentar cambiar la maldición para evitar la prematura muerte de la princesa Aurora.

  • -     No morirás a los dieciséis años de un pinchazo, pero caerás en un sueño profundo y solo podrá despertarte un beso de amor verdadero.   
Tras esto, el rey trató por todos los medios de evitar aquella desdicha para la joven princesa. Dio órdenes para que toda máquina con dedales que hubiese en el reino fuera destruida y para que quemaran todas las agujas del reino y aislaron a la pequeña en una cabaña en el bosque con las hadas madrinas.

Mientras tanto, los regalos de las otras hadas se cumplían plenamente en la joven princesa.



Tras haber pasado escondida en el bosque muchos años debido a la maldición recibida por Maléfica, , llegó el día de su decimosexto cumpleaños. Aurora, acompañada de sus tres madrinas, regresó al castillo. 
  
     -    Venga, no te entretengas, que ya vamos tarde- Dijo el                   hada Fauna.     
     -     ¡Ay! Seguro que en el palacio tienen todo preparado,                      estoy ansiosa por ver cómo han decorado todo. Siguió
          el Hada Flora.
     -       No entiendo mi regreso al palacio, prefiero estar en el                  bosque y seguir con mi vida tal como está.  Exclamó
          Aurora.
     -    Ay… ¿podemos hacer una “paradita”, por favor? Ya estoy 
          cansada. Repetía una y otra vez el hada más pequeña, 
          Primavera.



Poco a poco, después de un largo y costoso camino lleno de quejas y riñas, al fin llegaron al castillo. Allí, la recibieron como se merecía, todo el pueblo reunido, regalos, una gran cena…

  -          ¡Viva la princesa! ¡Al fin después de tanto tiempo la 
      volvemos a ver! ¡Qué mayor y guapa está!... exclamaba todo 
      el pueblo contento y asombrado.

El rey y la reina apresurados fueron a abrazar a su única hija con lágrimas de alegría en los ojos.

 -    ¡Querida hija, cuánto te hemos echado de menos! Ya nunca 
      nos volveremos a separar.

Aurora, agobiada por el recibimiento, miraba a todo el mundo como si de ranas con pelo se trataran y susurraba a su hada madrina:

 -    Por favor, sácame de aquí… o al menos no te separes de mí.        Suplicó la joven.
 -   Aurora, pero si esta es tu familia, ves a esa señora de ahí
     -señaló a una campesina- pues ella te acunó cuando apenas 
    tenía días de vida y lleva siendo vecina de palacio toda la     
    vida.


Todo invitado e invitada ofreció a su princesa diferentes regalos, pero el mayor de los presentes lo encontraría en su habitación.

Aurora subió apresuradamente para poder descubrir su magnífico regalo. En su interior contenía un vestido hecho por sus madrinas. Antes de ponérselo, observó que en una de las mangas había una aguja con la que casi se pincha, fue a quitarla, pero en ese instante escuchó la voz de su padre, que sin saberlo la había salvado de la maldición.

 -     ¡Aurora, baja al comedor, ya está lista la cena! Todos te 
       están esperando.

 -     En seguida voy …eh … ¿papá?

Aurora dejó lo que estaba haciendo y bajó corriendo. Bajando las escaleras para ir al comedor, se agarró al pasamanos, pero se dio cuenta de que tenía una astilla punzante y retiró su mano inmediatamente.

   -    ¡Uy! Por los pelos… Deberían pulir un poco esta barandilla,
        esto en el bosque no pasaba, ¡ay! Con lo feliz que era yo 
        allí…

      -    No digas eso, valora la familia que tienes, porque te 
         quieren muchísimo… y ¡venga, que tengo hambre! Respondió 
           de la nada el hada pequeña.


Al llegar al comedor se encontró con todos los y las habitantes del pueblo y se llevó una grata sorpresa. Sin embargo, debido a su estancia en el bosque, no estaba acostumbrada a estar rodeada de tanta gente y por lo tanto seguía asustada.

Todo el mundo levantó la copa y brindaron por la Princesa. Comenzaron a comer, no obstante, quedaba siempre tiempo para una bonita conversación sobre los años de Aurora en el bosque.

     -    Y… cuéntame, hija mía, ¿cómo te han cuidado tus madrinas?
         ¿Necesitabas el calor maternal de mis brazos y mi corazón?

     -    Eh… no sé, supongo… pero las hadas me han dado todo el 
          amor que he necesitado y he crecido feliz, rodeada de
          la naturaleza tranquila… no como aquí.

Todo el mundo giró la cabeza hacia ella, expectante a la respuesta que la salvaría de ese marrón.

      -    Bueno, que esto está muy bien, pero… no había visto tanta
           gente en mi vida.
      -    Hija, pero como princesa que eres debes de estar rodeada 
           de tu pueblo.

El rey, al ver que Aurora estaba incómoda con el tema de conversación, decidió cambiarlo:

   -   Bueno Aurora, ya que has vuelto tendrás que ir pensando 
       con quién contraerás matrimonio, ¿no? En el reino vecino            el príncipe Felipe está buscando esposa y he pensado en 
        presentarte.

-             -  ¿Matrimonio? - miró asustada a sus hadas y sin saber                    cómo responder a las palabras que había pronunciado su 
              padre.

El hada más pequeña comenzó a reír y en ese instante el hada Flora y más mayor tapó la boca de esta y respondió seguidamente:
      -     Querido rey, no creo que Aurora esté preparada para                 ese paso en su vida.
      -    Nunca se está preparada, yo me casé con 15 años y aquí 
           estoy, al lado del Rey y plenamente feliz. Dijo altanera
           la reina.

Aurora, con cara de frustración, miró a su madre y contestó firmemente:
         -     ¡Ese es tu ideal!, para mí casarme no es una prioridad, y 
               menos con cualquiera.

         -    ¿Pero cómo puedes decir eso? Eres una mujer, no te 
               puedes negar, - alzó la voz la reina y preguntó con
               retintín- ¿qué va a ser de ti si no te casas?

        -     Mamá, pues hay muchas cosas por hacer. Lo que sí que 
              tengo claro es que si me caso será con la persona que yo 
              decida y ame. Pero eso no me corre prisa, primero quiero
              estudiar y aprender lo necesario para llevar el reino 
              adelante.

Enseguida el rey la interrumpió diciendo:

        -    Pero hija, si te casas con el príncipe no necesitarás saber
             nada de eso, porque será él quien se encargue de todo.


        -   ¿Qué dices? Si este es nuestro reino, tendrá que dirigirlo
          alguien que pertenezca a él, y esa soy yo. Respondió Aurora
          ofuscada.

         -   Bueno, hija, dejemos este tema para otro momento, 
             disfrutemos ahora de tu llegada y de la comida.

Comenzaron a comer y en el primer plato se presentaron las famosas sardinas asadas con patatas. Aurora, después de todo lo que se había hablado, no prestó atención a las espinas del pescado, y de un momento a otro notó cómo se pinchaba con las espinas de las sardinas.

Comenzó a adormecerse y todos/as horrorizados/as corrieron a ver qué había sucedido al percatarse de ello. Se dieron cuenta de que una de las espinas de la sardina se le había pinchado en el dedo.

La maldición había llegado de la forma menos esperada y cuando todos y todas pensaban que ya no se cumpliría, debido a que apenas quedaban minutos para que terminase el día. Aurora se desvaneció en el suelo y en ese momento todos los/las asistentes de la fiesta fueron a socorrerla.
          
            -     Y ella que no quería casarse… ¿ves? Ahora necesita un 
                  hombre para despertarla- dijo horrorizada la reina 
                  mirando a su marido.

Rápidamente, trasladaron a la princesa a sus aposentos, prepararon todo lo necesario, cerraron las puertas del castillo y comenzó la indecisión.

Todos/as los/las asistentes apresurados/as empezaron a pensar diferentes maneras de cómo despertarla, muchos/as barajaban la idea de un príncipe, otros/as la daban por perdida y las hadas solo encontraban respuesta en su magia.


Tras darle muchas vueltas durante un rato, desistieron de hallar una solución, algunos/as entre llantos y otros/as ya medio dormidos/as escucharon un leve y dulce suspiro. En ese momento, Aurora se despertó, sin ningún beso y todos/as quedaron asombrados/as.

Los presentes, desconcertados y alucinados, no entendían cómo había sido posible romper la maldición sin un príncipe, ya que la solución era el amor verdadero.

Un hada se dio por aludida y pensó que su magia había roto el hechizo, sin embargo, otra Hada aclaró que era imposible.

De un momento a otro, Aurora medio aturdida dio respuesta a todas las dudas presentadas:

       -    No entiendo por qué os sorprendéis tanto, mi maldición 
           decía que me despertaría con el amor verdadero. Y no hay 
           amor más verdadero que el que debemos sentir por 
           nosotros/as mismos/as. Y si en algo me han educado mis 
           madrinas es en amar, no puedo querer a los demás, si antes
           no me quiero y acepto a mí misma, con mi cualidades y 
           defectos. Y así lo hago, me amo de verdad.

La reina emocionada dejó atrás todos sus ideales anteriores y aceptó sorprendentemente las palabras de su hija.
      
       -    Aurora, me siento orgullosa de ti, reinarás con buen 
            corazón y recordarán tu nombre a lo largo de los años. No 
            necesitas a nadie que te haga sombra, ni piense por ti.

       -      Estoy de acuerdo, si algún día decides casarte nos harás 
            muy felices, pero si no lo haces y eres feliz, nosotros 
            también. – intervino el rey lleno de orgullo.

Agradecidos y agradecidas todos y todas por este feliz desenlace, regresaron al comedor a continuar con la gran cena, ya sin sardinas ni maldición.

 Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

                             FIN

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